Buen fin

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La estadística demuestra que somos un país que teme más a la soledad que al contagio. El “buen fin” reconcilia la convivencia social bajo la forma del endeudamiento. Una tele a plazos justifica una neumonía.
Nuestra inteligencia colectiva nos motiva a maliciar cualquier declaración oficial. López Gatell representa la inercia histórica de la falsedad gubernamental: todo lo que dice lleva jiribilla. Hay quienes hasta refutan la pandemia con el argumento de la fe. La piedad decidirá nuestra suerte. Los funcionarios son emisores de su propia conveniencia. Nos morimos por la voluntad de Dios. El Gobierno es Su instrumento.
Los centros comerciales ofrecen gel y mariachi para embaucar a los entusiastas que en febrero comenzarán a pagar sus antojos de noviembre. Suéteres precoces, refrigeradores innecesarios, teléfonos más inteligentes que sus compradores… El gasto adquiere el carácter del desfogue de un confinamiento injusto, obligatorio, excesivo.
Si comprar es terapéutico, la reclusión de dos semanas adquiere tintes de sospecha: los contagios se redujeron en los lindes de una venta programada bajo el influjo del milagro.
El metro y medio de distancia no se garantiza entre los constructores de la multitud. Los estrechos colgadores de ropa y los estantes apiñados de productos se ofrecen a los menesterosos de la moda como las manzanas de Adán. Tal vez se pague demasiado caro. La gente se arrebata los artículos con etiqueta roja, las filas de las cajas amenazan con otro confinamiento mientras vuela por los aires de la euforia una palabra secreta: “aprovecha”. El mantra del crédito.
Herencia del tianguis prehispánico, la compraventa ha logrado parámetros ascéticos. La caminata es un ritual; la adquisición, un acto de fe. El “tapatiotl” confirma nuestro gentilicio. Hijos del comercio, los escaparates nos corroboran e identifican. Lo merecemos después de tantas semanas. Chanclas, ropa deportiva, piyama… El uniforme de la resignación.
La soledad se disipa entre la pirotecnia de la compra. Tener. Verbo alimenticio del ego, conjugado en la diversidad de la tentación. Dios proveerá. Ya habrá otras manzanas.
Ahítos, henchidos, desbordados con tarjetas ilusorias la pandemia cobra nuevos rumbos, los de la inconsciencia feliz. El eructo de la saciedad emite un tufo de victoria. Con pantuflas de peluche, el miedo resulta incompatible. El virus es una amenaza mitigada, una posibilidad lejana.
En un buen fin no cabe un mal desenlace.

*Doctor en educación. Profesor–investigador de la UPN Guadalajara, Unidad 141. mipreynoso@yahoo.com.mx

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