Benito

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El niño cuyo personaje televisivo insistía que no quería ser actor, en la vida real su muerte lo volvió “tendencia” de las redes. Los videos muestran la persecución a cargo de una patrulla de el Estado de México y el resultado de un choque donde el actor, aún al volante de su automóvil y con vida, se lleva la mano derecha a la cabeza. Tiene puesta una gorra de beisbolista. Fue su última grabación. Tenía 22 años.
La policía ha difundido un discurso poco creíble en el que, paradójicamente, lo más sospechoso resulta la rapidez con que resolvieron el caso. Según ellos, el actor se disparó accidentalmente en la cabeza.
El hecho demuestra nuestra vulnerabilidad. Podemos morirnos de un balazo o de un choque. Y nuestra muerte puede difundirse a través de la morbosidad de la red. Así las cosas, somos el potencial espectáculo de un medio cuya inmediatez y contundencia no tiene cabida para la discreción ni la compasión.
La fama adquiere el rango de una exhibición circense donde la mujer barbada o el niño de dos cabezas resultan excentricidades sin interés. El voyerismo exige muertes reales, personas sobre el excusado en el íntimo acto de defecar o morir. Lo extraordinario y lo inaudito ha cedido las preferencias por lo corriente y lo cotidiano con desenlace prohibido. El tabú de lo habitual: arrancarse una costra o escupir un gargajo.
La muerte siempre ocupa un lugar preponderante en la internet. No por la lástima sino por la lujuria que provoca. Que una anciana fallezca a nadie le importa, pero que lo haga en condiciones raras garantiza su difusión.
La vida como pretexto de la muerte, con su repentinismo y su absurdo, se distribuye, se repite y se comenta. ¡Qué barbaridad!
El vecino disfrazado de la Chilindrina, de Cleopatra, de Luis Miguel…, consiguió al fin su papel definitivo. El menos dramático y el más contundente. El muerto en una persecución policial.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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