Aprendices de la sospecha

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

Si Freud, Nietzsche y Marx son considerados los “maestros de la sospecha”, los mexicanos somos los aprendices más aventajados.
No por el dominio academicista de sus posturas sino por la costumbre repetitiva de nuestro escepticismo formativo. Los que crecimos con Jacobo Zabludovsky, Raúl Velasco y Chabelo, sabemos que la mentira y la desvirtuación son formas del entretenimiento y el aprendizaje. Nadie vio 24 Horas para enterarse de los hechos sino para tantear las amenazas. Cuando Jacobo mostraba a López Portillo desayunando con Fidel Velázquez, la interpretación era que no habría aumento salarial. Las virtudes persuasivas de Chabelo para decidirnos por la Catafixia consiguieron acendrar el rencor hacia los muebles Troncoso. Y sólo en los comentarios laudatorios de Raúl Velasco, Lucía Méndez era capaz de cantar sin desafinar.
Nuestra educación se sustenta en la desconfianza. Si Alfaro dice que habrá verificación vehicular, esperamos hasta el último momento para afinar nuestros coches. Ochenta años de un gobierno impostor e impositivo acostumbraron a varias generaciones a vivir bajo la forma de la duda.
“Achis, achis” son el mantra de nuestra incredulidad genética que se actualiza en toda relación autoritaria. Excepto los más jóvenes que han crecido en medio de diatribas silvestres, los demás optamos por la apatía como un antídoto contra la desilusión.
Evitamos participar en la lotería porque anticipamos la trampa. Toda información de internet es considerada “fake-new”. Hasta la divulgación científica merece nuestra categorización de ficción narrativa.
Así las cosas, establecemos relaciones donde nuestra diplomacia es paranoica y nos protegemos la espalda con el escudo de la cortesía y la distancia. Saludamos con una mano en el bolsillo y nos hablamos de “usted”. Nuestras amistades son efímeras; nuestros afectos, inanes.
No sentimos culpa ni anticipamos alguna disculpa. Damos por hecho que los colectivos son espacios que ameritan una simpatía cautelosa, de bendición a distancia.
Las izquierdas y derechas representan posiciones relativas, de discurso y praxis inciertas, siempre sujetas a demostración. A diferencia de otros países, donde los partidos representan realidades socioeconómicas específicas, entre nosotros son alongaciones de preferencias inconstantes.
Para nosotros todo resulta sospechoso. Obliga la construcción de una teoría de la conspiración sustentada en especulaciones y probabilidades. Los “pelos de la burra” se suponen y se intuyen.
Nuestra realidad es sombría. “No existen hechos, sólo interpretaciones”, dijo Nietzsche cuando vio posiblemente un telediario mexicano donde los enemigos se nombran con cariño y los asesinatos se exhiben entre cortes comerciales.
Aprendices de la duda, expertos en el olvido.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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