Año Nuevo, año viejo

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

El mejor Año Nuevo es el que no se celebra. La tradición propicia una promesa que la emoción del momento motiva, pero que no siempre la vida cotidiana -fuera del ambiente festivo- permite llevar a cabo.
El catálogo de promesas clásicas incluye dejar de fumar, perdonar a un enemigo, bajar de peso o hacer ejercicio. No basta con proponérselo. El cumplimiento de una promesa depende de la habilidad para cambiar las condiciones que favorecen una práctica. El acto de fumar supone un contexto además de la compulsión: hay que evitar a cierta gente, cambiar el vicio por otro… El ejercicio amerita la disposición de tiempo. Adicional a las ganas, lo que se declara en el brindis del Año Nuevo es la pretensión de ser otra persona. Los gordos no son gordos porque quieren; hay una personalidad y un temperamento que no son fáciles de cambiar.
Los amigos hacen quinielas. Los más escépticos le dan un mes al prometedor para que desista de sus intenciones. El prometedor lucha contra sí mismo y contra las pocas expectativas de los amigos. La cuestarriba de enero se vuelve más ardua. Se paga una fortuna por la membresía de un gimnasio, por los honorarios de la nutrióloga o por los parches para sustituir la adicción al tabaco. Dinero tirado a la basura.
Lo normal es que en marzo nadie se acuerde de la promesa del Año Nuevo. Ni quien hizo la promesa. Más tarde que temprano, las cosas volverán a la normalidad. Los gordos serán gordos sin fuerza de voluntad; los fumadores serán fumadores empedernidos y los enemigos serán vistos como enemigos recargados, más odiables que en diciembre.
La naturaleza humana no incluye instructivos. El sentido de la promesa del Año Nuevo es tener testigos: ellos darán fe de lo prometido. Como si la vergüenza ante los demás fungiera como un motivador. Lo es, pero en un sentido negativo. No se pretende bajar de peso por el bien intrínseco que ello significa sino por el malestar que provoca quedar como un mentiroso. La mentira y la vergüenza son razones aún más poderosas para el desistimiento. Se evitará a los amigos, se argumentarán motivos para no verlos. No hay por qué ofrecer explicaciones. Es más fácil cambiar de amigos.
El fracaso de las intenciones carga además con un sentido de culpa, peor que la gordura, la enemistad o la vida sedentaria: esto puede corregirse; la culpa, no. Los festejos del Año Nuevo no contemplan la resaca. Somos quienes podemos. Los prototipos se quedaron en Nétflix. El vicio del tabaco sabe peor con la culpa. Y el uso de la membresía del gimnasio siempre tendrá un motivo para postergarse.
El mejor momento para empezar una buena costumbre es el próximo Año Nuevo, 2019.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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