Adolescencia

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La evidencia de la adolescencia es el acné. Los chicos ostentan en la cara los restos de una deformación facial que se disipa con la edad, el jabón y las cremas. Cuando la pus en el rostro es la carta de presentación, el desarrollo de cualquier relación está condenado al fracaso.
La adolescencia es una invitación al alejamiento. La compasión se ejerce bajo la forma del rechazo. Nada les gusta. Nadie les cae bien. Nunca están conformes. Han perdido la gracia de la niñez sin alcanzar la simpatía de la juventud. La adolescencia es un lapso transitorio donde el tormento arrebata y la antipatía define.
Coincide con el egreso de la primaria y el curso accidentado de la secundaria. Los adolescentes ríen de todo y su risa parece burla: una manera (in)voluntaria y primitiva de repeler a los otros. El fastidio se instala en sus gestos como el menaje incompleto de una casa en construcción. Tuercen la boca, arquean las cejas, ponen los ojos en blanco. Cumplen un patrón atávico: se calzan la máscara de una identidad perdida.
Nadie los prefiere ni los soporta. Se inventan mil maneras de esquivarlos.
La adolescencia es una temporada de replanteamientos y definiciones en la que todo es catastrófico y apocalíptico. Las cosas se sienten multiplicadas y nada se sabe con certeza. Las sombras molestan, la luz encandila; la compañía perjudica y la soledad fastidia. La electricidad de un adolescente sólo se neutraliza con la electricidad de otro adolescente. Juntos son enjambre, plaga que destruye, masa de mil voces.
Maldicen y amenazan. Corren y arrasan. Brincan, rompen, inundan. Inventan lenguajes sin gramática, verbos imposibles, ideogramas de vigencia efímera. La mitad de su vocabulario es sexual; la otra mitad son insultos (que casi siempre aluden a alguna situación sexual).
Convivir con adolescentes obliga riñones bien instalados. Afectos que aluden al pasado. Juegan a sacar de quicio. Obligan la paciencia de un monje y el equilibrio de un sabio. El diálogo con ellos amerita la hermenéutica ultramoderna y una asertividad sin mácula.
En ellos, el amor es parteaguas emocional que bifurca la estulticia de la docilidad. Se enamoran para siempre de una viñeta que los acompañará de por vida.
La adolescencia se cura con el granizo de los días sobre las ilusiones. La ensoñación se distiende. La tez se alisa y los brazos se proporcionan al cuerpo. Poco a poco las noches ocurren sin contratiempos. La vida se amansa. La compañía sólo es eso. Crecen.
Un día se levantan en paz.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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