A qué vamos

 en Jorge Valencia Munguía

Jorge Valencia*

La selección mexicana de futbol atraviesa una de sus peores etapas. El equipo juega muy mal y ha obtenido algunos de los resultados más lamentables en los últimos meses: dos derrotas contra Estados Unidos en sendas finales de los torneos regionales más importantes (Nations League y Copa Oro). Una clasificación a la Copa del Mundo donde fue superado en el sistema de juego y algunas veces en los marcadores por el propio Estados Unidos y Canadá. Situación que hiere el orgullo nacional pues ya no queda mucho más en qué demostrar la superioridad hacia los vecinos del norte, aparte de la capacidad para comer chile.
El aficionado mexicano, acostumbrado a las satisfacciones a cuentagotas, deposita en el equipo nacional una esperanza inmerecida. Quizá desde la Copa del Mundo de 1978, cuando los seleccionados dirigidos por Roca arrasaron las eliminatorias y llegaron a Argentina con alabanzas de la crítica internacional. El torneo demostró que nuestro equipo era poca cosa: perdieron contra Túnez, Alemania y Polonia.
A partir de la siguiente participación, que ocurrió en México 1986 ante la declinación de Colombia, en todos los torneos en los que ha participado, el equipo nacional ha avanzado de ronda (en Italia 1990 no participó por el problema de los “cachirules”).
Así las cosas, los aficionados que han crecido aplaudiendo victorias contra pronóstico, empates milagrosos y derrotas injustas, esperan la trascendencia con el merecimiento de una pasión acompañada de alternado sufrimiento y regocijo.
La aparición de “cracks” del tamaño de Hugo Sánchez y de Rafael Márquez, los mejores del mundo en su momento, parecen los argumentos más convincentes para suponer que nuestra selección ya es capaz de ganar algo. Dos campeonatos sub-17, una medalla de oro y otra de bronce en Juegos Olímpicos justifican este punto de vista.
Pero en el momento de la verdad, la realidad vuelve a desinflar la esperanza. Aparecen otra vez los “ratoncitos verdes” que tradicionalmente alinearon el equipo hasta antes del 86.
Para algunos, la falta de triunfos se soluciona con un entrenador de primera línea. Para otros, incluir en la alineación a jugadores nacidos en Argentina o Brasil. Y para el periodismo, cambiar por completo a los directivos que conforman la Federación.
Se han probado las tres cosas y el resultado ha sido el mismo. Hasta nuevos colores se han impreso en la camiseta: morado, naranja encendido, negro…
Queda claro que un equipo que guste es un negocio millonario. Los aficionados pagan boletos y viajes al fin del mundo para ver a sus representantes. Los patrocinadores reparten regalías de miedo y la FIFA, premios que satisfacen los intereses de los comercializadores del ardor nacional.
No se explica sino por medio del destino inexorable por qué nos achicamos. Por qué no hay aprendizajes que se sucedan transgeneracionalmente y por qué, siendo tan buen negocio, no se potencia cuando menos con un tercer o cuarto lugar en una Copa del Mundo.
Ante la pregunta “¿a qué vamos?”, la mejor respuesta es “a ver qué pasa”. Los milagros guadalupanos son nuestro mejor recurso. No tarda la FEMEXFUT en cambiar el escudo de la selección por una Virgen morena.

*Director académico del Colegio SuBiré. jvalenci@subire.mx

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